Elogio a la chapuza. Intelligent Design (III)


Foto de Bjørn Christian Tørrissen
[CC BY-SA 4.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)]

AVISO: si no has leído la  entrada anterior, te animo a que lo hagas. En caso contrario, es posible que no entiendas del todo lo que digo en la de ahora.

Vimos en la anterior entrada como Michael Behe plantea un cierto desafío a la teoría de Darwin presentado el concepto de sistemas con complejidad irreductible. Según este autor, un sistema compuesto en el cual todas y cada una de sus partes son imprescindibles no puede surgir por alteraciones leves, como supone la teoría darwinista. Por tanto, tal y como el mismo Darwin indica, la teoría entera debe ser desechada.

Como ya adelantamos, las peculiaridades del curioso animal de la portada tiene mucho que ver con la solución al desafío de Behe. Se trata de un pez que tiene un nombre a la vez bucólico y prosaico: se llama saltarín del fango... Es un pez muy asombroso desde muchos puntos de vista, pero lo que más nos interesa es que, como ves, es anfibio. Por asombroso que te parezca, estos seres pueden respirar a través de su piel, lo que les permite sobrevivir fuera del agua... Aunque siempre necesitan, eso sí, un buen grado de humedad. Por eso viven en manglares y zonas fangosas. 

Pero la segunda característica que salta a la vista es el modo en que usan sus aletas: como puedes ver en la foto, el pez saltarín utiliza sus aletas para caminar. Quiero decir, no tiene un par de patas perfectamente desarrolladas, con su rodilla y su tobillo: utiliza un órgano –la aleta– para llevar a cabo una labor distinta de lo habitual –andar– pero sin dejar de utilizarla para su función primordial, que es nadar. Por eso, podemos suponer que aquellos peces que tengan las aletas más robustas puedan ser privilegiados por las selección natural y, con el tiempo, ir desarrollando algo muy parecido a las patas de los animales terrestres. De hecho, es muy probable que algunos de los primeros animales del nuestro planeta –que eran todos acuáticos– llegaran a "conquistar" la tierra firme de una forma similar.

El caso es que las aletas del saltarín del fango es uno de los muchos ejemplos de chapuzas que encontramos en la naturaleza. De la misma forma que uno a veces utiliza un zapato o un cenicero para clavar un clavo, muchos seres vivos utilizan algún órgano para un fin distinto del original. Y funciona. Mal, pero funciona.

De esta forma, considerando la posibilidad de una chapuza, podemos explicar como es posible que un sistema con complejidad irreductible haya podido surgir por evolución. Es cierto, como vimos, que un flagelo sin rotor no sirve para que la bacteria se mueva, pero sí que es posible que sirviera para otra cosa...

Y ahora, demos una calurosa bienvenida al famoso TTSS, también conocido como sistema secretor de tipo tres. Se trata de una especie de "jeringuilla" que utilizan algunas bacterias para inyectar toxinas en el interior de otras células, consiguiendo así paralizarlas o, en algunos casos, matarlas. Es un sistema bastante mortal, pues es increíblemente rápido y a la célula atacada no le da tiempo a defenderse. Esta es la eficaz "arma" de la que dispone una de las bacterias más nocivas que haya existido jamás sobre la faz de la Tierra. Nos referimos a la tenebrosa yersinia pestis, más conocida por su nombre artístico: peste negra.

El caso es que, como puedes ver en la siguiente imagen, el TTSS (a la izquierda) tiene muchas similitudes con el flagelo bacteriano (a la derecha). De hecho, muchas de las partes que componen ambos sistemas están formadas por las mismas proteínas. 




Estas similitudes entre ambos sistemas inclinan a pensar que es bastante probable que el flagelo bacteriano tenga su origen evolutivo en un sistema secretor de este tipo. Así, de la misma forma que el pez saltarín utiliza las aletas para andar, es posible –y subrayo posible– que alguna bacteria prehistórica comenzara a utilizar su sistema secretor para "remar" y moverse más rápido. En esa pequeña chapuza de la bacteria –que funciona mal, pero es útil– podría haberse apoyado la selección natural para, poco a poco, a lo largo de los siglos y a base de pequeños cambios, haber llegado a producir y perfeccionar un sistema tan asombroso como es el flagelo bacteriano que conocemos.

En resumen: es claro que el flagelo bacteriano y los otros sistemas propuestos por Behe son una verdadera maravilla y explicar como ha aparecido en la naturaleza algo tan preciso puede poner contra las cuerdas a muchos evolucionistas. Pero hay una cosa clara: que es posible –y, perdón por la insistencia, subrayo posible– que sistemas como el flagelo se hayan generado por medio de un proceso evolutivo. Otra historia, por supuesto, es explicar cómo aparecieron y todo eso. Pero lo que sí está claro es que el desafío de Behe no ha logrado su objetivo: no es imposible que el flagelo haya surgido por la evolución de un sistema anterior más simple. 

Pienso que el mismo Behe es consciente de esta realidad. De hecho, en su segundo libro sobre el tema –The Edge of the Evolution, del 2007– Behe parece haber abandonado esa linea argumental. No deja de ser significativo que la voz irreductibly complex no aparece siquiera en el índice analítico de la obra.

Comentarios

  1. Muy buena serie.
    Me recuerda (la forma de argumentar) a un autor que a mí me gustó mucho (me sigue gustando pero se murió y ya no lo leo) que fue Stephen Jay Gould. Un autor que me convenció de que los médicos no tenemos ni idea de lo que es la estadística. En un artículo (muy recomendable pero no recuerdo el título) habla de cuando le dieron la noticia de que tenía un tumor que en principio no era maligno pero que tenía una gran mortalidad (era un tumor intestinal) en aquellos tiempos. De hecho le dijeron que la mortalidad era del 50% de media. Él se desanimo al principio pero, al estudiar sobre el tema, se preguntó "¿que es eso de una mortalidad media del 50%?". Y ahí se dió cuenta de otra cosa, de que lo que definía la mortalidad no era la media sino la mediana. El 90% de los pacientes que no morían al año (o a los seis meses, no recuerdo) seguían vivos a los cinco años y el 100% de los que llegaban al sexto año vivían sin enfermedad a los 10 años. Estudiando la mediana se dió cuenta de que la media no valía para medir la supervivencia pues el 90% de los pacientes que morían lo hacían en el primer año. Eso le animó a seguir y cuando cumplió ese año sin enfermedad se atrevió a desafiar al médico y decirle que estaba curado.
    Me encantó ese artículo. Demuestra el error y el mal uso de la estadística sin entender lo que quiere decir un dato. Los datos son ciertos (o no), el error está en su interpretación y uso. De hecho acabo de leer que mueren al año 7.000.000 de personas "directamente" por la contaminación atmosférica. No quiero trivializar el asunto pero ¿de donde sale esa cifra? ¿como se ha medido? ¿quién interpreta estos datos? O lo mas asombroso por absurdo, "las mujeres que usan tintes del cabello... tienen más incidencia de cáncer de mama" (??????) Me da que los datos, que probablemente sean ciertos, se han interpretado mal o no se han tenido en cuenta otros factores "contaminantes".
    Bueno, se me ha ido la olla, todo esto era para decirte que, al abordar los distintos temas, se han de tener en cuenta otros factores además de los evidentes, que por serlo nos hacen perder la objetividad.
    Felicidades por la serie de artículos y ... ¡Feliz Navidad!

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  2. Gracias, Carlos. Feliz Navidad a ti también.

    Y, en efecto, Stephen Jay Gould era un grande de la ciencia.

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