Eppur si muove! El caso Galileo (y XI)

 


Como seguramente habrás oído, Eppur si muove! (y, sin embargo, se mueve) es aquello que, según la leyenda, dijo Galileo justo después de su juicio en 1633. Parece ser que la frase es inventada y, en cualquier caso, no parece que tenga mucho sentido que Galileo haya sido tan imprudente como para pronunciarla delante del tribunal. Pero, sea como fuere, a mí me sirve la frasecilla para decir que, aunque sabemos que gran parte de lo que se dice de Galileo es un mito, la polémica sobre el tema eppur si muove...

En los capítulos anteriores hemos visto cómo, acudiendo a las fuentes, gran parte de la leyenda negra sobre Galileo y la Inquisición no es realmente cierta. En el 1633 Galileo no fue condenado por sus ideas científicas, sino por haber desobedecido a la orden que recibió en 1616. Y cuando el tribunal del Index estudió el copernicanismo, no lo condenó por ser contrario a la Sagrada Escritura, sino porque, en la opinión de una serie de científicos consultados, no se sostenía científicamente. 

No hemos de olvidar que en aquella época el heliocentrismo era una cuestión discutida: los mismos estudiosos no se ponían de acuerdo y había motivos -científicos- para apoyar tanto una idea como la otra. Es algo parecido a lo que pasó en las primeras décadas del siglo XX sobre la cuestión de si existían o no los fotones o si la física cuántica era cierta o no. Recordemos que el mismísimo Einstein se oponía con fuerza a las ideas cuánticas... 

Es claro que, en aquella época, no se podía decir que la hipótesis heliocéntrica estuviera demostrada... De hecho había toda una serie de argumentos en contra de ella. Y ya hemos aclarado que si hubiera habido alguna demostración convincente, la Iglesia no habría censurado ni las ideas de Galileo ni el copernicanismo en general. Además, no deja de ser interesante que, cuando la Iglesia tuvo que entrar al tema, no lo resolvió acudiendo a una serie de teólogos que dictaminasen sobre la cuestión. Antes al contrario, acudió a un grupo de científicos... ¿Puede haber demostración más clara del valor que le daba la Iglesia a la ciencia?

Cabe preguntarse, por supuesto, si no hubiera sido mejor que el Vaticano no se hubiera metido en líos con el tema del heliocentrismo. De hecho, es claro que hasta que apareció Galileo en escena no había hecho nada.  Parece bastante claro que si no se hubiera sacado la discusión del ámbito académico, las cosas hubieran seguido su curso con normalidad. Pero ya hemos comentado que la cuestión de la contrarreforma, agravada por la guerra en Europa, obligó al Vaticano a tomar cartas en el asunto. 

¿Significó la condena a Galileo un freno o retraso para el avance científico? La verdad es que no es fácil responder a esta pregunta. Lo que sí está claro es que Galileo siguió con sus estudios científicos en muchos otros ámbitos de la ciencia. No olvidemos que es en esa época posterior al juicio cuando el científico de Pisa escribió sus imponentes Diálogos, auténticos monumentos de la ciencia, y que sentaron los cimientos de la ciencia moderna. El prestigio del toscano siguió adelante y era una de las autoridades más reconocidas de la época. No parece que la condena del 33 hubiera minado su prestigio -casi se podría decir lo contrario- aunque sí es claro que él personalmente la acusó bastante: muchos testimonios de la época hablan de que en los últimos años se encontraba más tristón de lo habitual...  

En cualquier caso, sabemos que, a pesar de la condena, las ideas de Copérnico se enseñaban con tranquilidad en las universidades -también en las pontificias- y científicos como Kepler o el mismo Galileo siguieron gozando de enorme prestigio. Las tablas astronómicas para conocer la posición de los astros se calculaban empleando las formulas heliocéntricas (que eran muchísimo más sencillas) con muy buenos resultados. De hecho, incluso los astrólogos y adivinos las utilizaban...  Además, es bien conocido que la versión en latín del Diálogo sobre los dos sistemas del mundo corrió de mano en mano y, a pesar de la prohibición de 1633, era bastante conocido en toda Europa, al menos en el ámbito académico.

Desde cierto punto de vista, se puede decir que el hecho de que el Vaticano recordara la necesidad de buscar una demostración científica de la entonces hipótesis de Copérnico contribuyo indudablemente al avance de la ciencia: es claro que Newton no había sido quien fue si se hubiera "conformado" con las ideas de Galileo...

En definitiva: aunque podemos decir que el Vaticano se equivocó al censurar los trabajos de Galileo y otras obras copernicanas, lo que si que parece claro es que no lo hizo, ni mucho menos, por un pretendido rechazo a la ciencia. Recordemos que la decisión se tomó de acuerdo a argumentos científicos. Argumentos erróneos, sí; pero científicos. La Iglesia nunca se opuso al avance de la ciencia. No olvidemos que gracias a la Iglesia surgieron y progresaron una enorme cantidad de colegios y universidades: el mismo Galileo enseñaba en una universidad pontificia. 

Comentarios

  1. todo se muve....pero la cabeza de los hombres tiene sus rutinas y las ideas entran ma´s lentamente....

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  2. Acabo de terminar la serie completa sobre Galileo. He aprendido cosas nuevas que no sabía (y eso que llevo décadas leyendo sobre Galileo). Especialmente emocionante el descubrimiento del acta relativa a Il Saggiatore.

    Me parece interesante copiar dos párrafos de los discursos en el acto de presentación de los resultados de la comisión de estudio del caso Galileo, el 31 de ocubre de 1992 (350º aniversario de la muerte de Galileo):

    Cardenal Poupard (que había presidido la comisión): “Las condenas filosóficas y teológicas abusivamente impuestas a las nuevas teorías de entonces sobre la centralidad del Sol y la movilidad de la Tierra fueron consecuencia de una situación de transición en el ámbito de los conocimientos astronómicos y de una confusión exegética en lo que se refiere a la cosmología. Herederos de la concepción unitaria del mundo que se impuso universalmente hasta comienzos del siglo XVII, algunos teólogos contemporáneos de Galileo no supieron interpretar el significado profundo, no literal, de las Escrituras, cuando éstas describen la estructura física del universo creado, hecho que los llevó a trasponer indebidamente una cuestión de observación fáctica al campo de la fe”.

    Juan Pablo II: “La representación geocéntrica del mundo era comúnmente aceptada en la cultura del tiempo como plenamente concorde con la enseñanza de la Biblia, en la cual algunas expresiones, tomadas literalmente, parecían constituir afirmaciones del geocentrismo. El problema que se plantearon los teólogos de la época era el de la compatibilidad del heliocentrismo y de la Escritura. La nueva ciencia, con sus métodos y la libertad de investigación que suponen, obligaba a los teólogos a interrogarse sobre sus criterios de interpretación de la Escritura. La mayor parte no supo hacerlo. Paradójicamente Galileo, sincero creyente, se mostró en este punto más perspicaz que sus adversarios teólogos”.

    Es verdad que Galileo no podía demostrar la teoría heliocéntrica copernicana, sencillamente porque su argumento preferido a favor del heliocentrismo, el de las mareas, era incorrecto, y él mismo tenía que haberlo sabido. Pero a la vez sí que pudo dar contundentes argumentos contra el geocentrismo: los satélites de Júpiter y las fases de Venus, así como las imperfecciones de la superficie lunar como argumento genérico contra "la perfección de los cielos". Aunque el heliocentrismo no se demostrara fehacientemente, el geocentrismo se desmoronaba.

    Pero la cuestión no es que Galileo estuviera equivocado, sino que la Iglesia no era la que tenía que decirlo, ni prohibir la teoría científica, por mucho que Galileo se empeñara -sin razón- en presentarla como hecho probado. Esa es la cuestión, la intromisión indebida en una cuestión científica. Hay muchos motivos para "comprender" lo ocurrido, pero eso no lo justifica.

    En mi opinión, Galileo ha sido víctima de dos injusticias históricas: primera, las condenas del Santo Oficio, basadas en una intromisión ilegítima del poder de la Iglesia en la libertad de investigación científica; segunda, la utilización de su caso como ejemplo típico de conflicto entre fe y razón, cuando Galileo, sincero creyente y honrado científico, se empeñó siempre en buscar la armonía entre ambas.

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    1. Me gustaría añadir una consideración adicional. En la cosmovisión aristotélica, asumida sin más por el cristianismo medieval, la Tierra se encontraba en el centro. Pero, y esto es la clave, el centro no era el lugar más “importante”: el lugar más importante eran los cielos, donde habitaban los dioses. De hecho, el centro geométrico del universo era el inframundo, el centro de la Tierra, lugar del Hades, lugar de los muertos. Por tanto, desplazar a la humanidad fuera de la cercanía al centro geométrico no podía ser tan dramático. La humanidad no estaba en el centro, sino a medio camino entre el Hades y los Cielos. Me parece a mí que esa resistencia a desplazar a la humanidad del centro de la creación divina no era tan importante para la cosmovisión cristiana (quizás en todo caso para la mentalidad renacentista, más antropocéntrica que la mentalidad teocéntrica medieval).

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    2. Gonzalo, muchas gracias por tu aporte. Estoy completamente de acuerdo contigo: ojalá la Curia Romana no se hubiera metido donde no debía...

      Una simple precisión. Estrictamente hablando, el "oponente" de Galileo no era el geocentrismo aristotélico si no el de Tycho Brahe... Aunque es cierto que era algo rebuscado, era ese el modelo que defendían muchos de los astrónomos de esa época, entre ellos casi todos los jesuitas... Como vimos, el modelo de Brahe explicaba muy bien las fases de Venus y los movimientos retrógrados de los planetas, además de ser muy acorde con lo que se sabía de los satélites de Júpiter y dar una explicación -falsa, sin duda, pero coherente- al fenómeno de los cometas. Además, no presentaba los inconvenientes de las ideas de Galileo (el problema de la inercia en el giro y el paralage de las estrellas). En ese sentido, el geocentrismo de Brahe se sostenía bastante bien...

      Pero, como digo, tienes toda la razón del mundo. Hubiera sido mejor que Roma no se hubiera entrometido en esa cuestión que, como señalas, tampoco era de radical importancia para la fe cristiana.

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