El proceso de 1616. El caso Galileo (V)

Platón y Aristóteles en la escuela de Atenas.

Como vimos en la entrada anterior, Galileo tuvo la mala suerte –o la falta de tacto– de proponer sus ideas en un momento de la historia de Europa bastante delicado. Y también tuvo la falta de tacto –o la mala suerte– de defender sus teorías de una forma que resultó ofensiva para personas influyentes. El caso es que la denuncia contra Galileo fue "admitida a trámite" por el Santo Oficio y se constituyó un tribunal con la idea de juzgar si sus afirmaciones se oponían a la Revelación o no.

Aquí hay una cosa que merece la pena destacar. Como hemos señalado,  Galileo consideraba que sus observaciones permitían concluir que las ideas de Aristóteles –que en aquel momento defendía casi todo el mundo– estaban equivocadas. Comprobar que la Luna y el Sol no eran esferas perfectas formadas por una misteriosa quintaesencia fue un duro golpe para la física que enseñaba el griego. Y lo mismo se podría decir respecto a los descubrimientos sobre Venus y los satélites de Júpiter. En gran medida, lo que no tragaban los opositores de Galileo era precisamente esto: que criticara las ideas del gran Aristóteles.

Pues bien: no deja de ser interesante comprobar que el supuesto prestigio del filósofo griego era algo que le traía sin cuidado al tribunal eclesiástico. Quiero decir: la Inquisición no pretendió en ningún momento defender las ideas de Aristóteles. El tema de si los planetas eran esferas perfectas, o si el resto de las ideas astronómicas de Aristóteles eran correctas, ni siquiera fue tenido en cuenta por los jueces. Lo único que les interesaba era ver si la teoría heliocéntrica se oponía a la fe: no se metieron a juzgar si la física de Galileo era mejor o peor que otra... En definitiva: por esas curiosidades del destino, Galileo fue acusado por  oponerse a Aristóteles, pero de hecho lo que se debatió en el proceso fue otra cosa...

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La teoría heliocéntrica, sostenida por Galileo –y por muchos otros científicos–, afirma que la Tierra no es el centro del Universo. Esto está en cierto modo en contradicción con lo que podríamos llamar la centralidad teológica de la Tierra: es en nuestro planeta donde Dios creó a Adan y a Eva,  donde vivió el Pueblo Elegido y, por encima de todo, donde el Verbo se hizo hombre... Por supuesto, y eso lo tenía claro todo el mundo, la centralidad de la Tierra no tiene relevancia alguna: realmente, ¿qué importancia tiene el centro geométrico de algo? El lugar más importante de mi ciudad natal no está en el centro, si no más bien a las afueras: es donde está la casa de mi madre. Bueno, al menos para mí es el lugar más importante...




Ahora bien: decir que la Tierra se mueve y el Sol está quieto –como afirmaba Copérnico– ya era otra historia. Y es que hay varios pasajes de la Biblia en los que una interpretación literal haría pensar en todo lo contrario. El pasaje más claro –o, al menos, el más citado al respecto– es el llamado milagro de Gabaón. Josue, sucesor de Moises, luchaba al frente de los israelitas contra los amorreos. Estaba venciendo, pero se les echaba la noche encima y temía que su enemigo aprovechara la oscuridad. Entonces Josue ruega a Dios y sucede un milagro: «se detuvo el sol, y la luna se paró hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos (...). El sol se paró en medio del cielo y demoró su puesta casi un día completo» (Jos 10,13). El pasaje, como vemos, habla de que el milagro consistió en detener el Sol... Si realmente el Sol ya estaba quieto, como decía Galileo, entonces no hubo milagro... En resumen: las enseñanzas de Galileo contradecían lo que estaba escrito en la Biblia.

Como ves, el problema no era algo de vida o muerte. Pienso por eso que, si la reforma protestante no estuviera tan aguda en esos momentos, es muy probable que la Inquisición hubiera pasado por alto las ideas de Galileo, de la misma forma que hizo con Copernico y otros muchos. Pero nuestro astrónomo toscano era una persona muy conocida, y –para bien o para mal– él mismo se había encargado de "dar publicidad" a sus ideas. Sea como fuere, el caso es que después de tanto jaleo la Inquisición no podía permanecer callada y tenía que emitir un juicio. 

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Ya señalamos antes que, cuando se tratan temas históricos, y especialmente en el caso de asuntos controvertidos, es muy importante acudir a las fuentes documentales. Gracias a Dios, en lo que se refiere al caso Galileo tenemos acceso a prácticamente todas las actas del proceso. Actas que, te recuerdo, puedes consultar aquí si sientes curiosidad. Son especialmente interesantes –para lo que aquí te cuento– los documentos del 18 al 23 (páginas 99 a 104). Aunque están en latín, claro...

Pues bien: el caso es que si leemos los documentos del proceso de 1616, nos podemos llevar una buena sorpresa. Al menos yo me la llevé cuando me enteré... Por increíble que te parezca, lo cierto es que en esa ocasión Galileo no fue procesado.

Como lo oyes: el genio toscano fue acusado ante la Inquisición romana y el proceso se desarrolló, pero ni siquiera se le llamó a declarar. Galileo se enteró de que había sido denunciado por comentarios de algunos conocidos suyos y viajó a Roma para tener noticias frescas de lo que estaba pasando e intentar influir en las decisiones. Muchos historiadores consideran que esos intentos por parte de Galileo para parar el proceso resultaron a la larga contraproducentes, pues solo sirvieron para agitar las aguas y calentar los ánimos de algunos. Pero, sea como fuere, ese viaje de Galileo a Roma fue totalmente voluntario: el tribunal de la Inquisición ni siquiera se le citó a declarar pues, de hecho, él personalmente no fue juzgado...

Una vez admitida la acusación contra las ideas copernicanas de Galileo, la primera tarea que tuvo que llevar a cabo el tribunal fue aclarar si la teoría heliocéntrica era científicamente sostenible. Se formó así una comisión asesora formada por once expertos –de lo cuales solo uno era jesuita, dicho sea de paso– que estudiaron el caso. La conclusión a la que llegó ese grupo de consultores se resume en una frase: la hipótesis de que el Sol está quieto y la Tierra se mueve es "stultam et absurdam in philosophia": estúpida y absurda en filosofía. Recordemos que, en aquella época, no existía la distinción de saberes que ahora tenemos y la física era considerada una parte de la filosofía. Por eso –y dejando de lado la calificación de estúpida–, afirmar que la teoría heliocéntrica era "absurda en filosofía" era equivalente a decir que no se sostenía científicamente. 

Tal afirmación nos puede parecer extraña, pues hoy en día estamos bastante acostumbrados a la teoría heliocéntrica. Pero lo cierto es que, en 1616, ni Galileo ni nadie tenía una sola prueba científica de que la Tierra se movía entorno al Sol. Es más: de hecho, había bastantes datos –y me refiero a datos científicos– que hacían pensar exactamente lo contrario... Pero eso ya lo veremos en la entrada siguiente.




Con fecha de 24 de febrero de 1616, la comisión asesora emitió un informe donde afirmaba que, según el juicio de esos consultores, las afirmaciones sobre la quietud del Sol y el movimiento de la Tierra eran erróneas y, además, contradecían el sentido literal de algunos pasajes de la Biblia. Me parece importante remarcar aquí dos cosas. Lo primero es algo que salta a la vista nada más leer el informe: que no hablan para nada de Galileo, si no que se refieren al heliocentrismo de forma genérica. Y, en segundo lugar, que no debemos perder de vista que estamos hablando de un informe en el que once expertos –con nombres y apellidos– dan su opinión sobre una cuestión científica. Lo que esos consultores expresaron sobre el heliocentrísmo no era doctrina de la Iglesia: era la respuesta a una consulta por parte de el Santo Oficio. 

Pero sigamos. El juicio expresado por los expertos dejaba claro que no había motivo alguno para hacer una reinterpretación de los citados textos de la Escritura. En sus palabras, Galileo se había salido de la tradición para defender lo que, estrictamente hablando, eran sus opiniones personales: no existía ningún argumento científico sólido que se pudiera aportar en favor de la teoría heliocéntrica. Y no habría sido razonable admitir una interpretación de la Biblia distinta de la tradicional solo por la opinión –sin duda respetable, pero opinión– de un científico.

Como ya hemos dicho, es probable que en otras circunstancias el tribunal hubiera dado carpetazo al asunto una vez estudiado. De hecho, hablaremos de un carpetazo más adelante. Pero el caso de Galileo había tenido mucha publicidad y, a esas alturas, era necesario que el tribunal pusiera punto y final a la controversia. En consecuencia, el Santo Oficio decidió zanjar todo el asunto con dos actos extrajudiciales.

El primero de ellos fue una simple amonestación oral. Por encargo del Papa Pablo V, el cardenal Roberto Belarmino citó a Galileo en su palacio, donde le instó a que abandonara la teoría heliocéntrica y se abstuviera de defenderla. Sabemos que tal encuentro tuvo lugar el 26 de febrero pero, al tratarse de una simple amonestación oral, no es posible saber qué fue exactamente lo que se dijo. Como veremos, esa conversación entre Galileo y Belarmino tendrá gran importancia cuando, en 1633, la Inquisición vuelva a interesarse sobre las ideas de Galileo. Sabemos que Galileo entendió perfectamente que en lo sucesivo no podía argumentar en favor del copernicanismo. Entendió y obedeció: en efecto, se abstuvo durante años en publicar sobre el tema. El juicio de 1633 se originó precisamente porque se saltó esa prohibición, como diremos más adelante.

San Roberto Belarmino

El segundo acto extrajudicial, tuvo lugar pocos días después de la amonestación verbal, el 5 de marzo. Esa es la fecha del decreto de la Congregación del Índice donde –junto con otros cinco libros que no tenían nada que ver con el asunto– se prohibían tres obras: De revolutionibus orbium coelestium, de Nicolás Copérnico, un comentario al libro de Job del agustino Diego de Zúñiga, y un opúsculo del carmelita Paolo Foscarini, donde se defendía que el sistema copernicano no estaba en contra de las Escrituras. En realidad, obra de Copérnico fue prohibida "donec corrigatur", es decir, hasta que se corrigieran algunos pasajes. Cuatro años después se publicó una nueva versión del libro de Copernico, en la cual se decía que el heliocentrismo era un mero artilugio matemático para los cálculos de las órbitas planetarias. De la misma forma, la obra de Diego de Zúñiga necesitó unos breves retoques para volver a publicarse. En cambio, el texto de Foscati, que en realidad era una simple carta, se prohibió de forma definitiva.

Tras la condena directa de esas tres obras, el decreto añade una indicación de carácter general que es a la vez un hermosísimo ejemplo de perifrástica pasiva: "aliosque omnes libros, pariter idem docentes, prohibendos": y todos los libros que enseñan lo mismo, deben ser prohibidos (por si lo estás buscando, el sum aparece en la frase anterior). Esta frase, bastante frecuente en los decretos de Index, dejaba claro que la censura se extendía a todas las obras que sostuvieran la inmovilidad del Sol y la movilidad de la Tierra. Y que, por lo tanto, debía prohibirse la publicación de libros en los que se defendiera la teoría copernicana. Pero, como ves, no se cita expresamente ninguna de las obras de Galileo.

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En resumen. Es fácil comprobar leyendo las actas que en el proceso de 1616 no existió ninguna condena a Galileo. Ninguna de sus obras fue prohibida y él, personalmente, solo fue amonestado de forma oral. De la misma manera, ni las ideas de Galileo ni el heliocentrismo en general fueron declarados heréticos ni nada parecido. En realidad, un decreto de la Congregación del Índice no es, ni mucho menos, una declaración magisterial de la Iglesia –ni siquiera está firmada por el Papa– y no hubo ninguna otra disposición ni del la Santa Sede ni de la Inquisición al respecto.

A parte de la amonestación de Belarmino, tras el juicio no se inquietó a Galileo de ninguna forma. Ni siquiera se le impidió –ni a él ni a sus amigos– intentar que el decreto del Índice fuera revocado nada más salir. No lo consiguieron, es cierto, pero el mero hecho de que pudiera hacerlo abiertamente nos muestra la libertad de la que gozaba el astrónomo. Una vez acabado el proceso, Galileo volvió a Florencia, donde siguió con su vida, su docencia y sus investigaciones científicas como si nada hubiera pasado.

<El Caso Galileo (I)

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