Un genio toscano. El caso Galileo (II)


Galileo Galilei nació en Pisa el 15 de febrero de 1564. Fue el primero de los seis hijos de Giulia Ammannati y Vincenzo Galilei. Cuando tenía diez años, sus padres se trasladaron a Florencia por trabajo –su padre era comerciante– y el joven Galileo quedó en Pisa a cargo de su vecino Jacobo Borhini. En esa época el joven Galileo se planteó su vocación religiosa y entro en el noviciado de la abadía de Santa María de Vallombrosa. Esto no le hizo mucha gracia a su padre, hombre más bien escéptico en materia religiosa, quien aprovechó una enfermedad pasajera de Galileo para llevárselo de vuelta a Florencia. Poco después, gracias a la ayuda de un amigo de la familia, Galileo entró en la Universidad de Pisa.

Aunque su padre quería que estudiara medicina, el joven Galileo tenía otras ideas y pronto comenzó a interesarse en las matemáticas, atraído por los trabajos de Pitágoras y Arquímedes. No quiero aburrir con la historia de las ideas en Occidente pero, en aquella época, si eras pitagórico, necesariamente eras considerado seguidor de Platón. Y eso te convertía –como por arte de magia– en "anti-aristotélico". Lo cual no deja de ser curioso pues, al fin y al cabo, Aristóteles era discípulo de Platón... 

En esa primera etapa en Pisa, Galileo dejó claras dos cosas. La primera, que era un tipo muy listo, pues siendo aun estudiante descubrió la ley del péndulo. Y la segunda, que no sería nunca candidato al nobel de la diplomacia: sintiéndose –con razón– mucho más inteligente que la media, no se le ocurrió otra cosa que redactar un panfleto donde ponía a caer de un burro a los profesores de la Universidad. Resultado: solo dos años después de haber llegado, se volvió a su casita sin diploma universitario...

Sin embargo, Galileo siguió dándole a la cabeza y descubriendo leyes físicas y matemáticas. Aunque se ha comprobado que varias de las cosas que se le atribuyen no son realmente de su autoría, lo cierto es que, a pesar de su juventud –y de no tener título oficial–, nuestro sabio se había ido labrado un enorme prestigio como científico. Cuatro años después de salir por la puerta de atrás, vuelve a la Universidad de Pisa como catedrático de matemáticas. Así se escribe la historia... 


Una vista de Pisa. Se cuenta que Galileo subió a la famosa torre –que ya entonces estaba
inclinada– para arrojar desde arriba dos balas de cañón de distinto peso y mostrar a sus
alumnos que caían a la vez. Quería probar así que, contrariamente a lo que decía Aristóteles,

la velocidad de caída de los cuerpos no depende de su masa. La verdad es que no sé si la historia
es cierta, pero te puedo asegurar que, si de verdad hizo eso, habría comprobado
que la velocidad de caída depende de la masa... 


No obstante, parece ser que Galileo logró enemistarse, en tiempo récord, con uno de los hijos del gran duque de Médici, por lo que apenas tres años después prefirió poner tierra de por medio y aceptar la oferta que le llegó desde la Universidad de Padua. Ahí ejerció como profesor de geometría, mecánica y astronomía durante los siguientes dieciocho años de su vida.

Pocos meses después de llegar a Padua, Galileo conoce a Marina Gamba, con la cual mantendrá una relación, sin llegar a casarse ni tampoco a vivir juntos. De esa unión nacen tres hijos: Virginia, Livia y Vincenzo. Cuando Galileo rompe con Marina, tras diez años de trato, el científico legitima y se hace cargo del varón, Vincenzo. A las dos hijas, en cambio, no las reconoce legalmente y las envía –con apenas diez años– a un convento. Aunque hay que decir que siempre se preocupó por ellas, y prueba de ello es la larga correspondencia –más de cien cartas– entre Livia y nuestro científico, que conservamos.

Fue en esa etapa en Padua cuando cayó en sus manos la obra de Kepler Mysterium Cosmographicum. Como vimos en una entrada anterior, el astrónomo alemán defendía en ese libro que la Tierra giraba en torno al Sol y no al revés. Galileo contestó a Kepler con una carta en la que afirmaba que él también pensaba que la Tierra se movía, pero que no encontraba pruebas para demostrarlo y, por eso, no defendía con rotundidad esa hipótesis. De hecho, por lo que sabemos, cuando Galileo daba sus clases de astronomía en Padua, enseñaba la teoría geocéntrica, ciñéndose a las ideas de Ptolomeo. Al menos en esa época, Galileo era consciente de que, por seriedad científica, no podía enseñar a sus alumnos una teoría que no estuviera demostrada.

En mayo de 1609, Galileo recibe desde París una carta de un antiguo discípulo, en la que le hablaba del telescopio, artefacto construido por un tal Hans Lippershey, que permitía ver objetos distantes y, en concreto, contemplar estrellas que no se podían ver a simple vista. Galileo se entusiasma con el invento y, gracias a la descripción de la carta –que debía ser bastante precisa– construye por su cuenta el famoso cannocchiale. La versión del telescopio que fabricó Galileo resultó ser bastante mejor que la de Lippershey y, teniendo en cuenta que en aquella época el tema de las patentes y el copyright no se llevaba, nuestro científico no desaprovechó la oportunidad.

Con una visión comercial envidiable, Galileo ofreció su nuevo instrumento a la República de Venecia, cuyos dirigentes se sintieron en seguida interesados. Aunque no tanto por el valor científico del invento, si no más bien por sus aplicaciones militares... En recompensa por su contribución a la seguridad de la República, Galileo es confirmado de por vida en su puesto en la universidad y sus emolumentos se duplican. Con eso, sus problemas económicos quedaron resueltos de forma definitiva.

Galileo enseñando al dux de Venecia el uso
del telescopio. Fresco de Giuseppe Bertini.

Pero claro, como sabrás, su versión del telescopio no tuvo solo valor económico o militar. En efecto, gracias a su aparato, Galileo dispuso por vez primera de un potente instrumento para estudiar los astros. Y fue así como nuestro astrónomo empieza la larga lista de descubrimientos que le debe la humanidad.


<El Caso Galileo (I)

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