Se masca la tragedia. El Caso Galileo (III)


Con su telescopio mejorado, Galileo pudo observar los cielos con una claridad y un detalle que nunca hasta entonces se había conseguido. Y lo primero que puso en su punto de mira fue la Luna, que siempre es lo más atractivo de ver con un telescopio. Fue durante esa observación que nuestro astrónomo hizo su primer gran descubrimiento. 

La capacidad de aumento de su telescopio permitió a Galileo observar con detenimiento las manchas lunares. Y se llevó una buena sorpresa cuando comprobó que aquello que todos pensaban que eran simples cambios de color en la superficie de nuestro satélite, al ser iluminados lateralmente por el Sol, ¡daban sombra..! En efecto, Galileo comprobó así que la Luna tenía relieve, con sus valles, sus cañones y sus montes, alguno tan altos como las montañas del Himalaya... Esto produjo un asombro enorme, pues, en aquella época –siguiendo a Aristóteles–, se pensaba que la Luna era una esfera perfecta y que, además, estaba formada por un material distinto a todos los que existían en la Tierra. En efecto, se pensaba que si la Luna estuviera hecha de los mismos materiales que nuestro mundo, debería o bien caer –como la tierra y el agua– o bien flotar y alejarse de nosotros, como el aire y el fuego. Y, como nuestro querido satélite no hacía ninguna de esas dos cosas, la teoría imperante era que estaba formado por un material desconocido, al que se llamó quintaesenciaPero el descubrimiento de Galileo indicaba que la Luna no era tan distinta a la Tierra...


El cráter Engel'gardt, en cuyo borde se encuentra el punto más
elevado de la Luna: nada menos que 10.786 metros de altura.
Casi dos kilómetros más que el Everest.

Ya advertir el relieve lunar fue un auténtico bombazo. Pero tal vez el evento de más relevancia de ese periodo fue encontrar los cuarto satélites mayores de Júpiter: Europa, Io, Ganimedes y Calisto. Este descubrimiento tuvo también una enorme importancia, pues dejaba claro que no todos los cuerpos celestiales giran en torno a la Tierra: al menos esos cuarto satélites, giraban en torno a Júpiter. Y eso era lo que Galileo estaba esperando desde hacía años: un argumento para afirmar la invalidez de la teoría geocéntrica. Curiosamente, Galileo no se dio cuenta entonces de que, argumentando así, se estaba metiendo un clamoroso gol en propia puerta, como veremos más adelante.

El caso es que el cuatro de marzo de 1610, Galileo publica en Florencia su obra Sidereus nuncius (el mensajero de las estrellas), donde presenta sus descubrimientos sobre las irregularidades la Luna y los satélites de Júpiter, así como la constatación de que existen muchas más estrellas que las que pueden verse a simple vista. Con esa publicación, nuestro autor desconcertó a mucha gente, pues contenía varias afirmaciones contrarias a la opinión general de los estudiosos. Pero también es verdad que sus descubrimientos le hicieron ganar un enorme prestigio entre los astrónomos de todo el mundo. Así, pocos meses después, le ofrecen el puesto de Primer matemático de la Universidad de Pisa y el de Primer matemático y Primer filósofo del gran duque de Toscana. Galileo acepta ambos cargos y, el 10 de julio de 1610, se traslada a Florencia.

Ya en la nueva ciudad, y con más tiempo a su disposición, Galileo continúa estudiando los cielos. Gracias a un ingenioso sistema con el que pudo observar el Sol sin quemarse los ojos, el científico toscano descubre la existencia de las manchas solares, mostrando que, al igual que la Luna, nuestra estrella tampoco es una esfera perfecta. Pero Galileo fue más allá. Haber encontrado manchas en el Sol le permitió establecer algunos puntos de referencia sobre su superficie y, de esa forma, comprobar que ¡el Sol giraba en torno a sí mismo, igual que lo hacía la Tierra!

Es también en esa época cuando Galileo descubre que el planeta Venus tiene fases, como las de la Luna. Y eso diferenciaba a Venus de los demás planetas, que siempre están "llenos", por así decirlo. Aunque aquí tenemos que decir que, estrictamente hablando, Galileo se equivocaba: en realidad todos los planetas tienen fases, pero son muy leves y solo se pueden ver con telescopio bastante mejor que el suyo... Pero no obstante, la diferencia de Venus respecto a los demás es que este planeta tiene fases casi enteras, como las de la Luna, y pasa de mostrarse completo a no verse prácticamente nada de él. Mercurio también tiene fases como las de Venus, pero, como está tan cerca del Sol, es casi imposible verlas desde la Tierra.

No obstante, lo más interesante de las fases de Venus es que están relacionadas con el tamaño aparente del planeta: cuando más "lleno" está Venus, más pequeño se ve. Por eso precisamente no se ve disminución en el brillo de Venus: cuanto más porcentaje del planeta está iluminado, más pequeño lo vemos. Esa diferencia del tamaño de Venus en función de sus fases, reforzaba una vez más la idea de Galileo de que ese planeta gira en torno al Sol, y no entorno a la Tierra. Solo si admitimos que Venus no está siempre a la misma distancia de la Tierra, se explica que a veces lo veamos más grande y otras más pequeño.

Las fases de Venus. El diferente tamaño con el que vemos el planeta nos
muestra que no se encuentra siempre a la misma distancia de nosotros
 y que, por lo tanto, no está girando en torno a la Tierra...

Como anécdota curiosa, Galileo también descubrió en esa época los anillos de Saturno, pero no los identificó como tales. Pensó, y no es broma, que Saturno tenía unos apéndices a los lados, como si fueran una especie de orejas o asas... No será hasta medio siglo después que Huygens, utilizando telescopios más perfectos, lograra observar con nitidez la verdadera forma de los anillos.

Respaldado por sus observaciones –que eran incuestionables– y, también, por su enorme prestigio como científico, Galileo comenzó por esos años a defender la teoría heliocéntrica en todas sus conferencias y lecciones. Los fenómenos que había observado eran para él prueba suficiente de que Aristóteles estaba equivocado y Copérnico tenía razón. Y no dudaba en refutar con fuerza todos los argumentos que presentaban en contra de sus ideas. El problema, claro, es que con su forma de ser, Galileo pisó varios callos.

En aquella época, como ya comentamos, la mayoría de los profesores universitarios eran aristotélicos convencidos. Y me refiero a la mayoría en sentido amplio, y no solo a los astrónomos o los matemáticos. Algunos profesores aceptaron con interés los argumentos de Galileo, pero hubo muchos sabios científicos –de todas las ramas del saber– que no quisieron aceptarlo y se oponían a esas ideas, criticando con fuerza las afirmaciones del astrónomo. Digamos que les costaba darse cuenta de que Aristóteles podía ser un gran filósofo –grandioso, en realidad– pero un físico algo regular...

Si me permites una pequeña digresión, no pienses que esto del argumento de autoridad mal entendido es una cosa extraña o antigua... Hoy en día pasa algo muy parecido: a veces pensamos que una persona que es una eminencia en medicina, por ejemplo, tiene –solo por eso– toda la autoridad del mundo para dogmatizar sobre ética, humanismo, teología o lo que quieras: "soy un eminente matemático, puedo decirte cómo debes tratar a tu pareja"... Bueno: pues esa mismita idea –tan tonta y a la vez tan común– la tenían los que se oponían a Galileo.

Entonces como ahora, mucha gente mezclaba churras con merinas y consideraban que atacar la física de Aristóteles equivalía a atacar su filosofía... Filosofía en la que, de hecho, se apoyaban gran parte de los saberes de aquella época, como la medicina, la ética o la teología. Es más: tal vez a Galileo le daría un soponcio oír esto, pero lo ciento es que toda la ciencia que él desarrollaba está en realidad sustentada en la filosofía realista de Aristóteles; los conceptos de fuerza, masa o velocidad no tienen sentido en el mundo de las ideas de Platón...

Pero volvamos a nuestro relato. Galileo, como ya comentamos, no era precisamente un dechado de diplomacia y amabilidad, por lo que muchos personajes, algunos muy influyentes, se sintieron humillados por la vehemencia con que el toscano defendía sus argumentos, acudiendo con relativa frecuencia al insulto personal, cuando calificaba de ineptos –y cosas peores– a aquellos que no le daban la razón.

Un retrato de Galileo por esa época.
Se lo debemos a Domenico Tintoretto.

El caso es que algunos de los opositores de Galileo, no pudiendo encontrar argumentos científicos para refutar sus ideas, echaron mano de argumentos teológicos, afirmando que la teoría del heliocentrismo era contraria a la Biblia. Y eso era algo que, con la reforma protestante aun fresca, no era como para tomarse a broma. Fue así como llegó a los tribunales de la Inquisición romana la acusación de que Galileo estaba defendiendo ideas contrarias a la fe. Y, lo que es peor, que estaba sosteniendo esa postura nada menos que en la Universidad de Pisa que, fíjate por donde, era una universidad pontificia... El asunto era, desde luego, algo de suficiente entidad como para que la Santa Sede tomara cartas en el asunto.

Y fue así como Galileo se encontró de la noche a la mañana con una denuncia ante la Inquisición.

<El Caso Galileo (I)

Comentarios

  1. Mira por donde que la denuncia proviene del mundo científico cerrado a la razón y utilizando la fe y la religión. Espero la siguiente entrada con interés...

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