Condenado por falta de pruebas. El Caso Galileo (VI)


El 12 de abril de 1615, el cardenal Roberto Belarmino escribió una carta a Pablo Antonio Foscarini, Superior Provincial de los Carmelitas de Calabria y gran amigo de Galileo. El cardenal, respondiendo a una pregunta de Foscarini, da su opinión sobre las ideas de Galileo, varios meses antes de que la Inquisición romana tomara cartas en el asunto. Se trata de un documento de gran interés: es un escrito exento de toda polémica –es más bien una carta entre amigos– y su autor era una de las grandes cabezas de la teología de aquella época: Roberto Belarmino es nada menos que Doctor de la Iglesia.

En la carta, el Cardenal sugiere a Foscarini –e, indirectamente, a mismo Galileo– que tuviera la precaución de presentar el heliocentrismo como lo que era realmente: una hipótesis sensata, pero aun sin demostrar.  Pero tal vez sea más interesante lo que dice a continuación:

... si hubiese una verdadera demostración de que el Sol está en el centro del mundo y la Tierra en el tercer Cielo, de que el Sol no rodea a la Tierra sino la Tierra al Sol, entonces sería necesario andar con mucho cuidado al explicar las Escrituras, que parecen contrarias. Habría que decir que no las entendemos, más que decir que sea falso lo que está demostrado. Mas yo no creeré que exista tal demostración mientras no me la muestren.

Ya me perdonarás si me emociono, pero este texto me parece una auténtica joya. Belarmino deja clarísimo que no quita valor a la ciencia si no que la ve como una forma válida de llegar a la verdad. Llega incluso a afirmar que, si la ciencia sostiene algo que parece oponerse a la Biblia, en lugar de rechazar una prueba científica, habría que decir que no hemos entendido bien las Escrituras. Desde luego, se trata de una afirmación bastante valiente, donde queda claro el enorme valor que otorga a la labor científica. 

Pero no obstante, Belarmino señala algo que no debería olvidar ninguna persona que pretenda hacer ciencia: que las teorías hay que demostrarlas. Cosa que ni Galileo ni nadie había hecho por aquel entonces.

*   *   *

Como hemos visto, Galileo consideraba que el comportamiento de Venus –con sus fases y la variación de su tamaño aparente– era prueba de que ese planeta no giraba en torno a la Tierra. El argumento es bastante convincente y, de hecho, tal vez sea el más sólido de todos los que presentó Galileo. No hemos de olvidar que la presencia de montañas en la Luna, la existencia de las manchas solares y el movimiento de rotación del Sol, eran argumentos válidos para mostrar que Aristóteles estaba equivocado, pero no decían nada a favor de la centralidad del Sol... La fases de Venus, en cambio, dejaban claro que ese planeta orbitaba en torno a nuestra estrella. O, al menos, eso pensaba Galileo... 


Las fases de Venus y su tamaño aparente


Galileo señalaba, con razón, que la teoría copernicana podía explicar de forma clara y precisa las fases de Venus, y eso era para él prueba suficiente de la verdad de esa teoría. Ahora bien: hemos de decir que, estrictamente hablando, el comportamiento de Venus, por si solo, no demuestra que la Tierra y los demás planetas giren en torno al Sol... En este punto, Galileo había caído una especie de trampa lógica que es relativamente frecuente, tanto entonces como ahora. Veámoslo con un ejemplo:

Considera el siguiente razonamiento:

Si llueve, el patio de mi casa se moja (como los demás)
Compruebo que está lloviendo
Luego concluyo que el patio de mi casa está mojado

Supongo que estarás de acuerdo conmigo en que este razonamiento es correcto y no hay vuelta de hoja. Ahora bien: ¿qué me dices de este otro razonamiento? 

Si llueve, el patio de mi casa se moja
Compruebo que el patio de mi casa está mojado
Luego concluyo que está lloviendo

Se parece bastante al anterior pero... ahora la cosa ya no está tan clara ¿verdad? En efecto: aunque la hipótesis de partida sea la misma, y sea cierta, en el segundo caso la conclusión del razonamiento no es correcta. Y es que el patio puede estar mojado porque alguien ha regado las plantas, o ha habido una batalla de globos de agua, o se ha roto una tubería... Puede estar mojado por cientos de motivos diferentes de la lluvia. Es cierto que, si efectivamente el patio está mojado, la explicación más sencilla es la lluvia. Pero eso no me permite afirmar con seguridad que ha llovido.

Bueno: pues este mismo error cometían Galileo y sus aliados cuando argumentaban que la existencia de fases en Venus demostraba el heliocentrismo:

Si los planetas giran en torno al Sol, Venus tiene fases
Compruebo que Venus tiene fases
Luego concluyo que los planetas giran en torno al Sol

Podemos estar plenamente de acuerdo en las dos primeras afirmaciones, que son incuestionables. Pero aun así, la conclusión no queda científicamente demostrada. Por supuesto, eso no quiere decir que sea falsa, pero está claro que el argumento de las fases de Venus, por sí mismo, no sirve para probar ni la centralidad del Sol ni el movimiento de la Tierra. 

*  *  *

Ahora bien; como sabemos, Galileo tenía otro argumento en favor de su teoría: el movimiento de los satélites de Júpiter. Es innegable que esos satélites no giran entorno a la Tierra, sino que lo hacen alrededor de Júpiter. Se trataba de un hecho constatable –no hay más que mirar por el telescopio– y Galileo lo esgrimió como carta de triunfo. Pero, como ya hemos comentado, aquí le salió el tiro por la culata... ¿Por qué? Pues simple y llanamente porque, si es cierto que los satélites de Júpiter no giran en torno a la Tierra, es igualmente cierto que no giran en torno al Sol... 

Tal vez sin darse cuenta, Galileo demostró con su observación de los satélites que los astros no orbitan todos en torno a un único punto, sino que en el Cosmos podría haber –y de hecho, había– varios centros de rotación. Y no solo eso: quedaba claro que, como era el caso de Júpiter, un cuerpo celeste podía tener otros girando a su alrededor y, sin embargo, girar él mismo en torno a un tercero. Todas esas consideraciones dejaban en bandeja de plata el arma que –académicamente hablando– le arrojaron a la cabeza al pobre Galileo: el modelo astronómico de Tycho Brahe.

Ya hemos hablado de Brahe, el hombre de la nariz de oro. Él llevada años descansando en paz cuando empezó el lío de Galileo. Pero, al igual que muchos otros astrónomos, era consciente de lo increíblemente complicado que resultaba explicar el movimiento de los planetas si se seguía la teoría geocéntrica y de lo mucho que se simplificaba el tema si se seguía la hipótesis de Copérnico. No obstante, Brahe estaba convencido –por los argumentos que luego veremos– de que la Tierra estaba perfectamente quieta en el espacio. ¿Qué hizo? Pues proponer un modelo astronómico que pudiera explicar bien las trayectorias de los planetas, pero que no implicara que la Tierra se moviera. Simplemente, supuso que nuestro planeta estaba quieto en el Universo, la Luna y el Sol giraban entorno a él y todos los demás planetas giraban en torno al Sol... Así de sencillo. E voilà!, todos contentos. 

El modelo de Tycho Brahe: elegante, inteligente, conciliador...

Fue el modelo de Brahe, y no el de Aristóteles, el verdadero rival al que tuvo que enfrentarse Galileo. Y se trataba de un oponente peliagudo. En primer lugar, porque ese modelo no tenía los inconvenientes teológicos y científicos que conlleva suponer que la Tierra se mueve. En segundo lugar porque, matemáticamente hablando, es exactamente igual al modelo que defendía Galileo: si haces las cuentas usando el modelo de Tycho Brahe te sale lo mismo que con el de Copérnico... Es más: como sabemos, Brahe había estudiado durante años el movimiento de los astros, y sus tablas astronómicas eran de una precisión incontestable. Los cálculos de Brahe eran muchísimo mas precisos que los del astrónomo toscano, los cuales –todo hay que decirlo– eran algo chapuceros. Y, en tercer lugar, porque el modelo de Brahe explicaba perfectamente tanto el movimiento de los satélites de Júpiter como las fases de Venus.

Por supuesto, Galileo podía decir que su modelo era mucho más sencillo y elegante que el modelo de Tycho. Y no le faltaba razón: es cierto que la idea de Brahe es un tanto alambicada... Sin embargo, ¿desde cuando es eso un argumento válido en ciencia? Quiero decir: el hecho de que la teoría de la gravitación de Newton sea infinitamente más sencilla y elegante que la teoría de la Relatividad –que tiene tensores en cuatro dimensiones, un espacio-tiempo que se deforma y unas matemáticas que volverían loco a cualquiera– no implica que teoría clásica sea más cierta que la de Einstein... 

De esta forma, Galileo se encontró de nuevo en la casilla de salida. Todos sus argumentos en favor del heliocentismo –las fases de Venus, los satélites de Júpiter y la sencillez con que se explicaban los erráticos movimientos de los planetas–, quedaron totalmente superados –o, más bien, igualados– por el modelo de Brahe. Modelo que, además, no tenía las dificultades científicas que surgían al suponer que nuestro planeta viaja por el espacio a más de cien mil kilómetros por hora.

*   *   *

Como sabemos, aparte de no tener pruebas sólidas en favor de sus ideas, Galileo tenía que enfrentarse a una serie de argumentos científicos que iban en su contra. Aunque había bastantes –setenta y siete se enumeraron–, me quedo con los tres que me parecen más serios. Ahí van:

Primero: ¿porqué razón iba la Tierra a girar en el espacio? Yo no sé de qué están hechos los otros planetas, pero sí sé cómo se comportan los materiales terrestres. Y te puedo asegurar que si dejo en el aire una piedra, una manzana, un gato o cualquier otra cosa, no se ponen a girar en torno a nada. No sé en el tuyo, pero en mi pueblo, las cosas inanimadas se mueven el línea recta o, a lo sumo, con movimiento parabólico, si las lanzas con fuerza. Pero nunca se mueven en círculos, a no ser que haya algo –como ruedas o una cuerda– que les obligue a hacerlo. 

Segundo: si es cierto que la Tierra  –vaya usted a saber porqué– se mueve en círculos, ¿porqué no lo notamos? El mismo Galileo había demostrado la ley de la inercia. Si la Tierra, según predice Copérnico, está tomando la curva a unos 108.000 km/h, ¿como es que no notamos la fuerza centrífuga? Si gira a esa velocidad tan increíble ¿porqué el aire, las nubes o la misma Luna no se quedan atrás o se salen por la tangente, como si fueran el proyectil de una honda? 

Tercero: si la Tierra se mueve ¿porque no vemos a las estrellas cambiar de lugar en el firmamento? Supongo que en alguna ocasión habrás comprobado como se modifica la posición aparente de las cosas al mirarlas guiñando primero un ojo y luego con el otro. Ese efecto se debe a que, al cambiar el ojo de visión, varía levemente el ángulo desde el que miramos los objetos. Bueno: pues esto mismo debería pasar con las estrellas. Si es cierto que nuestro planeta cambia de posición a lo largo del año, la estrellas deberían verse con un ángulo en invierno y otro distinto en verano. Ten en cuenta, además, que la separación que hay entre la posición de la Tierra en verano y en invierno no es de algunos centímetros, como pasa con nuestros ojos, si no que es de nada menos que 300 millones de kilómetros. Esto es a lo se ha llamado el problema del paralaje estelar, que se explica mejor con el dibujito de aquí abajo. 



El problema del paralaje.

Como ves en el dibujo de la izquierda, si la Estrella Polar en enero se ve al Norte –es decir, justo encima de la Tierra–, en junio ¿no la deberíamos ver a un lado? De la misma forma, la estrella verde del segundo dibujo debería verse a la izquierda de la roja en invierno y a su derecha en verano. Sin embargo, es un hecho comprobado que las estrellas están siempre en el mismo lugar y no vemos cambiar la forma de las constelaciones a lo largo del año... Por eso, la ausencia de paralaje en las estrellas contituye un argumento –bastante sólido, además– en contra el movimiento de la Tierra.

*   *   *

Estos tres fueron los argumentos más serios que tuvo que refutar Galileo. Supongo que te habrás dado cuenta de que los dos primeros inconvenientes se resuelven de forma muy sencilla considerando la fuerza de la gravedad: una fuerza natural que hace que todos los cuerpos se atraigan entre sí. Así, el Sol atrae a la Tierra obligándola a girar, mientras que la Tierra tira de la Luna y de la atmósfera, haciéndolas viajar con ella por el espacio. Esa era la idea sostenía Kepler, como vimos en otra entrada. Él propuso, años antes de que lo hiciera Newton, la existencia de una fuerza de atracción que dependía de la distancia, y que era la responsable de las órbitas elípticas de los planetas.

Sabemos que Galileo conocía perfectamente la teoría de Kepler pero, por curioso que nos parezca, pensaba que no era correcta e, incluso, llegó a ridiculizarla en sus obras ¿Y eso por qué? Pues me temo que no tenemos una respuesta clara a esa incógnita, pero la mayoría de los historiadores aventuran dos hipótesis. La primera es que la famosa fuerza atractiva de Kepler sonaba demasiado aristotélica: en efecto, fue Aristóteles el primero en proponer que había algo en la Tierra que tiraba de las cosas hacia su centro. Y, como sabemos, Galileo veía al sabio griego como un enemigo para sus ideas... El segundo motivo que sugieren los historiadores es, simplemente, que Galileo no aceptó esa teoría porque no se le había ocurrido a él. Quédate con la explicación que más te guste, pero lo cierto es que Galileo se negó en redondo a aceptar la explicación de Kepler. Y es una pena, la verdad, porque se habría ahorrado prácticamente todos sus quebraderos de cabeza...

Habiendo rechazado la existencia de una fuerza natural, cuando Galileo intentó refutar los dos primeros inconvenientes de su modelo, lo hizo de una forma que –si me permites decirlo– fue muy decepcionante: afirmando que el movimiento natural de los objetos era la circunferencia y no la recta... Él sostenía que, en realidad, todas las cosas se mueven en círculos, pero no nos damos cuenta de ello porque son círculos muy amplios... Siempre me he preguntado como es posible que un genio como Galileo aceptara sin más este presupuesto. Pero no hay nada que hacer: eso es lo que él pensaba y así argumentaba en sus obras. Por supuesto, muchas personas, simplemente, no se lo tragaron. Y, la verdad, no me extraña.

El problema del paralaje estelar, en cambio, si que lo resolvió de una forma correcta, al afirmar que las estrellas estaban tan increíblemente lejos de la Tierra que, aunque existía ese paralaje, no lo podíamos ver: el cambio en el ángulo de visión era demasiado pequeño para poder apreciarlo.





En esto Galileo tenía toda la razón del mundo. No olvidemos que las estrellas más cercanas a nosotros, el sistema Alpha Centauri, están a más de 40 billones de kilómetros –billones españoles, de los de doce ceros– lo que equivale a más de cien mil veces el tamaño de la órbita de la Tierra... Ya te imaginarás que el ángulo que se forma es casi inexistente: puedes pensar en un triángulo con un centímetro de base y un kilómetro y pico de altura... No obstante, con el tiempo los telescopios y demás instrumentos astronómicos se fueron perfeccionando, y se pudo apreciar la existencia de ese ligerísimo paralaje en las estrellas. Lo cual constituye, claro, una prueba evidente de que la Tierra gira entorno al Sol... Y, a la vez, es una forma bastante ingeniosa de medir, usando la trigonometría, a qué distancia se encuentra cada estrella...

Por supuesto, aunque en esto Galileo tenía razón, seguíamos con el mismo problema. Aun cuando su hipótesis era cierta, el hecho es que Galileo se había sacado de la manga que las estrellas estaban muy lejanas solo para que encajara con su teoría. Pero no tenía pruebas en las que poder apoyarse.

* * *

En resumen: aunque Galileo acertaba al defender la teoría de Copérnico, lo cierto es que no poseía ninguna prueba para sostener sus ideas. Todo lo que explicaba su modelo lo explicaba también el de Tycho Brahe, y Galileo no tenía ningún argumento sólido para demostrar que la Tierra se movía. Ya hemos visto, en la carta de Belarmino, que las cosas habrían sido muy distintas si Galileo hubiera presentado pruebas. Pero el caso es que no fue así. Por eso, aunque a la vista de lo que hoy sabemos es indudable que los expertos consultados por la Inquisición estaban equivocados, lo cierto es que ellos hicieron lo que tenían que hacer: declarar que la hipótesis de Copernico era "absurda en filosofía". La hipótesis copernicana era interesante, pero no tenía validez científica. Por eso podemos decir que fue condenado por falta de pruebas...

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