Marte en la Tierra


Ayer estuve con unos amigos visitando las minas del Río Tinto, en la provincia de Huelva, donde estoy pasando unos días. La verdad es que, aunque había oido hablar de ese lugar, no me imaginaba que fuera tan interesante. Y no solo por la grandeza de esas minas de cobre a cielo abierto, que son una auténtica maravilla de la ingeniería. Lo que más impacta es la corriente de agua que da nombre a las minas: el famoso Río Tinto.

Este río es realmente único en el mundo. Lo primero que te impresiona de él es su intenso color rojo –de ahí su nombre, como ya te habrás imaginado– que le da una belleza exótica, casi irreal. Porque no es que la tierra del fondo sea roja: es que es roja el agua. Debido a las características del terreno, rico en piritas y calcopiritas, el agua del Rio Tinto tiene una enorme concentración de óxido de hierro –que le da ese intenso color rojo– combinado con nada menos que ácido sulfúrico. Este ácido, a la vez que pinta de amarillo los márgenes del río, da a sus aguas una enorme acidez, con un pH de 2,3 (ya sabes que, cuanto menor el es pH, mayor es la acidez). Para que te hagas una idea, cuando el agua de una piscina roza el seis y medio de pH ya empieza a picar, y basta con un pH de cuatro para que mueran todos los peces. Los jugos gástricos del estómago rondan el pH dos.

Por si no bastase con la acidez del agua, el sulfúrico presente en el Río Tinto hace que este arrastre todos los materiales que se le pongan por delante. En efecto, su acidez hace que el agua disuelva –y se lleve consigo– una buena cantidad de metales pesados como mercurio, plomo... Vamos, el paraíso del antiecologísta.

Hasta los pinos, que no son tontos, se mantienen alejados de esas aguas venenosas.
En los márgenes del río, se pueden ver los depósitos amarillos de azufre.

Como ya te habrás imaginado, el Río Tinto no es bueno para ir de pesca. En efecto, se trata de aguas completamente muertas: ningún organismo puede sobrevivir ahí dentro. O, al menos, eso se creía hasta hace unos cuantos años. 

En esta década pasada se descubrió que el Tinto no está tan muerto como parecía: en sus zonas más profundas, nuestro río alberga un buen número de bacterias a las que habría que darles un premio a la supervivencia. Estos simpáticos bichitos son capaces de vivir en ambientes ácidos y sin necesidad de luz solar, de la que no les llega ni un poquito: las aguas de Rio Tinto son prácticamente opacas. Y ¿como sobreviven? Pues porque son capaces de sacar energía de la oxidación del hierro. Y lo mejor de todo es que realizaban esa oxidación del hierro sin necesidad de oxígeno gaseoso: aprovechan la enorme acidez en la que viven para extraer el oxígeno del agua que les rodea... Vamos, que estas chicas, tan delicadas como parecían, comen hierro y beben ácido. 

La Euglena mutabilis, una de las felices inquilinas
del Río Tinto. Foto: Linda Amaral-Zettler.

Este tipo de organismos que lo aguantan todo son llamados extremófilos, que podríamos traducir como amantes de los extremos. Y es que, realmente, viven al borde de lo imposible, en lugares donde la mayoría de los vivientes no durarían ni un minuto. Ahora bien: aunque se trata de seres que resisten condiciones extremas, no son ni mucho menos indestructibles. Las bacterias del Río Tinto no aguantarían ni un segundo a la luz del Sol... Pero, fíjate lo listas que son: el óxido de hierro que expulsan tras su digestión, hace que las aguas sean lo suficientemente opacas como para que la terrible luz del Sol andaluz no las achicharre... Queda un poco feo decirlo, pero utilizan sus propios excrementos para protegerse de la radiación solar y vivir, felices y contentas, en su acogedora charca de ácido sulfúrico... Bueno, para gustos están los colores.

*   *   *

El estudio de los extremófilos tiene un enorme interés para la ciencia. Como sabes, una de las grandes preguntas de la humanidad es cómo se originó la vida en la Tierra, sobre todo teniendo en cuenta que, por aquél entonces, hace miles de millones de años, nuestro amado planeta no era precisamente un jardín de rosas... No olvidemos que, así en general, si no hay vida, no hay nada que comer... Bueno, pues estos seres tan resistentes y asombrosos pueden ser la respuesta.

De hecho, las bacterias del Rio Tinto son estudiadas tanto por la NASA como por Centro de Astrobiología de Madrid, dependiente del CSIC. Y es que resulta que la cuenca del Rio Tinto, con su enorme concentración de piritas, es lo más parecido que se conoce a lo que hay en Marte, nuestro amado planeta hermano. De hecho, parece ser que nuestras amigas extremófilas del Río Tinto vivirían bastante cómodas en Marte. Si hubiera agua líquida, claro; pequeño detalle que no hay que olvidar.

Sin embargo, hace unos 4000 millones de años, cuando los planetas del sistema solar estaban recién estrenados, parece ser –es posible, tal vez, quien sabe– que en Marte se daban las condiciones para que hubiera algo de agua en estado líquido. Si ese fuera el caso, las bacterias podrían haberse desarrollado en algunos de esos charcos, produciendo óxido de hierro que las protegería de la inclemente radiación solar. Ya sabes que, como en Marte no hay atmósfera, ahí el Sol pega de lo lindo. Sea como fuere, si es cierto que por entonces había agua líquida en Marte, el Río Tinto es sin duda el entorno terrestre más parecido a como podría haber sido hace millones de años el planeta rojo. Y de ahí surge el interés de los astrobiólogos por estudiar el río onubense.

En cualquier caso, haya o no habido agua –o vida– en Marte, las bacterias comehierro del Río Tinto y otros seres extremófilos son de un interés enorme, pues podrían ser la calve para entender cómo surgieron las primeras formas de vida en la Tierra y, sobre todo, cómo se las arreglaron los primerísimos habitantes de nuestro querido planeta para salir adelante, cuando no había ni oxígeno que respirar ni nada que comer, aparte de minerales. 

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