Las maternales mitocondrias

Hoy es el día de la madre y quiero mandar desde este blog un afectuoso saludo a todas las madres del mundo y un gran beso a mi mamá. Y aprovecho la circunstancia para hablar de un tema muy materno: las mitocondrias celulares.

Y ¿qué tienen de maternales las mitocondrias? Te explico.

La mitocondria es una parte de la célula que suministra casi toda la energía necesaria para su actividad. Se podría decir que es como la central energética de la célula.

Estos orgánulos interesan a la ciencia desde muchos puntos de vista, pero yo me quiero centrar en una peculiaridad que la hace especialmente atractiva: que tiene su propio ADN. Se trata de una estructura circular y cerrada, muy similar a la de las bacterias, que es completamente diferente del genoma de la célula o ADN nuclear. Es una cadena muy breve comparada con el ADN nuclear: tiene solo 16.569 pares bases, frente a los más de 3.200 millones del nuclear. 


De esta forma, podemos decir que en cada una de la células de nuestro cuerpo tenemos dos "huellas dactilares": el genoma nuclear y el mitocondrial.

Pero resulta que, mientras el ADN nuclear es una combinación del ADN de nuestros dos padres, en el caso del ADN mitocondrial no sucede así. Como sabrás, la estructura del espermatozoide es relativamente simple. Tiene una cabeza, donde va la información genérica, un flagelo, que permite su movimiento, y unas cuantas mitocondrias (¡tachán, tachaaaán!) que producen la energía suficiente para desplazarse. Pero he aquí que cuando un espermatozoide fecunda un ovulo y atraviesa su membrana, sólo entra la cabeza: el flagelo y las mitocondrias paternas se quedan fuera. Vamos, que nuestro padre nos lo ha dado todo, menos las mitocondrias...


Así pues, en el cigoto a partir del cual se formarán todas las células del cuerpo sólo hay mitocondrias de la madre. Por eso, todas y cada una de las mitocondrias de nuestro cuerpo, que provienen de la duplicación de las maternas, tienen un ADN que es copia exacta del ADN mitocondrial de nuestra madre.

Por tanto, mi ADN mitocondrial es exactamente igual al de mi madre y, de la misma forma, exactamente igual al de todos mis hermanos. Sin embargo, de entre todos mis sobrinos, solo cuatro, los hijos de mi hermana querida, tienen el mismo ADN mitocondrial que sus tíos: los otros no... ¡Pero, no os preocupéis, chicos..! Os queremos igual.

Como decía, mis hermanos y yo tenemos el mismo ADN mitocondrial que nuestra madre, que es también igual al de nuestra abuela materna, idéntico a su vez al de nuestra bisabuela materna... Y así podríamos remontarnos por la rama exclusivamente femenina de nuestro árbol genealógico.

Esto hace que estudiar el parentesco femenino de una persona sea bastante sencillo pues no necesitamos investigar el ADN nuclear, que cambia el 50% en cada generación, si no el mitocondrial, que es prácticamente invariable de generación en generación. Digo prácticamente porque algo sí que cambia: sabemos que cada cierto tiempo se produce una mutación genética  –lo que podríamos llamar un error de copia–, y el ADN del hijo sale levísimamente distinto al de la madre. Esto nos permite conocer también la lejanía del parentesco. Es decir: si encontramos dos personas con un ADN mitocondrial idéntico en todo salvo en algunas bases, podemos deducir que tuvieron una antepasada en común y en qué momento de la historia hay que situarla.

Con esto en la mente, a finales de los ochenta Allan Charles Wilson, Mark Stoneking y Rebecca L. Cann llevaron a cabo un ambicioso estudio. Recogieron muestras de ADN mitocondrial de personas de todo el mundo –desde África hasta Asia, pasando por América– para saber dónde había que situar el ancestro común de cada grupo étnico del mundo. Y se llevaron una buena sorpresa: todos, absolutamente todos los seres humanos de la tierra –esquimales, indios norteamericanos, aborígenes de Australia... ¡inclusos los de Bilbao!– provenimos de una única mujer que vivió en África hace unos 200.000 años. Mujer a la se puso el nombre –algo provocativo, lo reconozco– de Eva mitocondrial. La fecha en la que vivió esta señora, madre de todos, no deja de ser interesante, pues es en África y por esas fechas (milenio más milenio menos) donde aparecen los primeros restos de Homo Sapiens...



Gracias a este estudio, sabemos que los descendientes de Eva colonizaron el mundo saliendo de África a través de la península arábiga y desde allí se dividieron hacia Europa por un lado y Asia por el otro. Desde Asia pasaron a Oceanía y América.

Lo que son las cosas ¿verdad? Así, de esta forma tan interesante, la ciencia del siglo veinte afirma lo que mi madre ya me enseñaba cuando era pequeñito: que todos los humanos del mundo venimos de una única mujer. Una vez más, resulta que ciencia y fe coinciden. Cosa bastante habitual, dicho sea de paso.

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